jueves, 12 de abril de 2012

Efesios 3 y 4

CAPÍTULO III
Versículos 1—7. El apóstol declara su oficio, y sus cualidades y su llamamiento a éste. 8—12.
Además, los nobles propósitos a que responde. 13—19. Ora por los efesios. 20, 21. Agrega una
acción de gracias.
Vv. 1—7. Por haber predicado la doctrina de la verdad, el apóstol estaba preso, pero era preso de
Jesucristo; era objeto de protección y cuidado especial mientras sufría por Él. Todas las ofertas de
gracia del evangelio y la nueva de gran gozo que contiene, vienen de la rica gracia de Dios; es el
gran medio por el cual el Espíritu obra la gracia en las almas de los hombres. —El misterio es ese
propósito de salvación secreto, escondido, por medio de Cristo. —Esto no fue tan claramente
mostrado en épocas anteriores a Cristo, como a los profetas del Nuevo Testamento. Esta era la gran
verdad dada a conocer al apóstol, que Dios llamaría a los gentiles a la salvación por fe en Cristo.
Una obra eficaz del poder divino acompaña los dones de la gracia divina. Como Dios nombró a
Pablo para el oficio, así lo equipó para él.
Vv. 8—12. Aquellos a quienes Dios promueve a cargos honrosos, los hace sentirse bajos ante
sus propios ojos; donde Dios da gracia para ser humilde, ahí da toda la gracia necesaria. ¡Cuán alto
habla de Jesucristo, de las inescrutables riquezas de Cristo! Aunque muchos no son enriquecidos
con estas riquezas, de todos modos ¡qué favor tan grande, que se nos predique a nosotros, y que nos
sean ofrecidas! Si no somos enriquecidos con ellas es nuestra propia falta. La primera creación,
cuando Dios hizo todas las cosas de la nada, y la nueva creación, por la cual los pecadores son
hechos nuevas criaturas por la gracia que convierte, son de Dios por Jesucristo. Sus riquezas son tan
inescrutables y tan seguras como siempre, aunque mientras los ángeles adoran la sabiduría de Dios
en la redención de su Iglesia, la ignorancia de los hombres carnales sabios ante sus propios ojos,
condena a todo como necedad.
Vv. 13—19. El apóstol parece estar más ansioso por los creyentes, no sea que se desanimen y
desfallezcan por sus tribulaciones, que por lo que él mismo tenía que soportar. Pide bendiciones
espirituales que son las mejores bendiciones. La fuerza del Espíritu de Dios en el hombre interior;
fuerza en el alma; el poder de la fe para servir a Dios y cumplir nuestro deber. Si la ley de Cristo
está escrita en nuestros corazones, y el amor de Cristo es derramado por todas partes, entonces
Cristo habita en él. Donde habita su Espíritu, ahí habita Él. Desearíamos que los buenos afectos
fueran fijados a nosotros. ¡Cuán deseable es tener la sensación firme del amor de Dios en Cristo en
nuestras almas! —¡Con cuánta fuerza habla el apóstol del amor de Cristo! La anchura muestra su
magnitud a todas las naciones y rangos; la longitud, que va de eternidad a eternidad; la profundidad,
la salvación de los sumidos en las profundidades del pecado y la miseria; la altura, su elevación a la
dicha y gloria celestiales. Puede decirse que están llenos con la plenitud de Dios los que reciben
gracia por gracia de la plenitud de Cristo. ¿No debiera esto satisfacer al hombre? ¿Debe llenarse con
mil engaños, jactándose que con esas completa su dicha?

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Vv. 20, 21. Siempre es apropiado terminar las oraciones con alabanza. Esperemos más, y
pidamos más, alentados por lo que Cristo ya ha hecho por nuestras almas, estando seguros de que la
conversión de los pecadores y el consuelo de los creyentes, será para su gloria por siempre jamás.
CAPÍTULO IV
Versículos 1—6. Exhortaciones a la mutua tolerancia y unión. 7—16. Al debido uso de los dones y
gracias espirituales. 17—24. A la pureza y la santidad. 25—32. Y a cuidarse de los pecados
practicados por los paganos.
Vv. 1—6. Nada se exhorta con mayor énfasis en las Escrituras que andar como corresponde a los
llamados al reino y gloria de Cristo. Por humildad entiéndase lo que se opone al orgullo. Por
mansedumbre, la excelente disposición del alma que hace que los hombres no estén prontos a
provocar, y que no se sientan fácilmente provocados u ofendidos. Encontramos mucho en nosotros
mismos por lo cual apenas nos podríamos perdonar; por tanto, no debe sorprendernos si hallamos
en el prójimo lo que creemos difícil de perdonar. Hay un Cristo en quien tienen esperanza todos los
creyentes, y un cielo en el que todos esperan; por tanto, debieran ser de un solo corazón. Todos
tenían una fe en su objeto, Autor, naturaleza y poder. Todos ellos creían lo mismo en cuanto a las
grandes verdades de la religión; todos ellos habían sido recibidos en la Iglesia por un bautismo con
agua en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo como signo de la regeneración. En todos
los creyentes habita Dios Padre como en su santo templo, por su Espíritu y gracia especial.
Vv. 7—16. A cada creyente es dado algún don de la gracia para que se ayuden mutuamente.
Todo se da según a Cristo le parezca bien otorgar a cada uno. Él recibió para ellos, para darles a
ellos, una gran medida de dones y gracias; particularmente el don del Espíritu Santo. No es un
simple conocimiento intelectual ni un puro reconocimiento de Cristo como Hijo de Dios, sino como
quien produce confianza y obediencia. Hay una plenitud en Cristo y una medida de esa plenitud
dada en el consejo de Dios a cada creyente, pero nunca llegaremos a la medida perfecta sino hasta
que lleguemos al cielo. Los hijos de Dios están creciendo mientras están en este mundo; y el
crecimiento del cristiano busca la gloria de Cristo. Mientras más impulsado se encuentre un hombre
a aprovechar su estado, conforme a su medida y todo lo que haya recibido, para el bien espiritual
del prójimo, más ciertamente puede creer que tiene la gracia del amor y la caridad sincera arraigada
en su corazón.
Vv. 17—24. El apóstol encarga a los efesios, en el nombre y por la autoridad del Señor Jesús,
que habiendo profesado el evangelio, no deben ser como los gentiles inconversos que andaban en la
vanidad de su mente y en afectos carnales. ¿No andan los hombres en la vanidad de su mente por
todos lados? ¿No debemos, entonces, enfatizar la distinción entre los cristianos reales y los
nominales? Ellos estaban desprovistos de todo conocimiento salvador; estaban en tinieblas y las
amaban más que a la luz. Les disgustaba y aborrecían la vida de santidad, que no sólo es el camino
de vida que Dios exige y aprueba, y por el cual vivimos para Él, sino tiene alguna semejanza a Dios
mismo en su pureza, justicia, verdad y bondad. La verdad de Cristo se manifiesta en su belleza y
poder cuando aparece en Jesús. —La naturaleza corrupta se llama hombre; como el cuerpo humano
tiene diversas partes que se apoyan y fortalecen entre sí. Los deseos pecaminosos son
concupiscencias engañosas; prometen felicidad a los hombres pero los vuelven más miserables; los
llevan a la destrucción, si no se someten y se mortifican. Por tanto, deben quitarse como ropa vieja
y sucia; deben ser sometidas y mortificadas. Pero no basta con sacarse los principios corruptos:
debemos tener principios de gracia. Por el hombre nuevo se significa la nueva naturaleza, la nueva
criatura, dirigida por un principio nuevo, la gracia regeneradora, que capacita al hombre para llevar
una vida nueva de justicia y santidad. Esto es creado o producido por el poder omnipotente de Dios.

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Vv. 25—28. Nótense los detalles con que debemos adornar nuestra confesión cristiana. Cuidaos
de toda cosa contraria a la verdad. No aduléis ni engañéis al prójimo. El pueblo de Dios es de hijos
que no mienten, que no se atreven a mentir, que odian y aborrecen la mentira. Cuidaos de la ira y de
las pasiones desenfrenadas. Si hay una ocasión justa para expresar descontento por lo malo, y
reprenderlo, hágase sin pecar. Damos lugar al diablo cuando los primeros indicios del pecado no
contristan nuestra alma, cuando consentimos a ellos; y cuando repetimos una obra mala. Esto
enseña que es pecado si uno se rinde y permite que el diablo venga a nosotros; tenemos que
resistirle, cuidándonos de toda apariencia de mal. —El ocio hace al ladrón. Los que no trabajan se
exponen a la tentación de robar. Los hombres deben ser trabajadores para que puedan hacer algo de
bien, y para que sean librados de la tentación. Deben trabajar no sólo para vivir honestamente, sino
para que puedan dar para las necesidades del prójimo. Entonces, ¡qué hemos de pensar de los
llamados cristianos, que se enriquecen con fraude, opresión y prácticas engañosas! Para que Dios
acepte las ofrendas, no deben ganarse con injusticia y robo, sino con honestidad y trabajo. Dios odia
el robo para los holocaustos.
Vv. 29—32. Las palabras sucias salen de la corrupción del que las dice y corrompen la mente de
los que las oyen: los cristianos deben cuidarse de esa manera de hablar. Es deber de los cristianos
procurar la bendición de Dios, que las personas piensen seriamente y animar y advertir a los
creyentes con lo que digan. Sed amables unos con otros. Esto establece el principio del amor en el
corazón y su expresión externa en una conducta cortés y humilde. —Nótese cómo el perdón de Dios
nos hace perdonar. Dios nos perdonó aunque no teníamos razón para pecar contra Él. Debemos
perdonar como Él nos ha perdonado. Toda comunicación mentirosa y corrupta, que estimule los
malos deseos y las lujurias, contristan al Espíritu de Dios. Las pasiones corruptas del rencor, ira,
rabia, quejas, maledicencia y malicia, contristan al Espíritu Santo. No provoques al santo y bendito
Espíritu de Dios a que retire su presencia y su influencia de gracia. El cuerpo será redimido del
poder de la tumba el día de la resurrección. Dondequiera que el bendito Espíritu habite como
santificador, es la primicia de todo deleite, y las glorias del día de la redención; seríamos deshechos
si Dios nos quitara su Espíritu Santo.

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