lunes, 9 de abril de 2012

Efesios 1 y 2

CAPÍTULO I
Versículos 1—8. Saludos y una relación de las bendiciones salvadoras, preparadas por la eterna
elección de Dios y adquiridas por la sangre de Cristo. 9—14. Y transmitidas en el llamamiento
eficaz; esto se aplica a los judíos creyentes y a los gentiles creyentes. 15—23. El apóstol
agradece a Dios la fe y amor de ellos y ora por la continuidad de su conocimiento y esperanza,
con respecto a la herencia celestial, y a la poderosa obra de Dios en ellos.
Vv. 1, 2. Todos los cristianos deben ser santos; si no llegan a ese carácter en la tierra, nunca serán
santos en la gloria. Los que no son fieles no son santos, no creen en Cristo ni son veraces a la
profesión que hacen de su relación con su Señor. Por gracia entendemos el amor y el favor libre e



inmerecido de Dios, y las gracias del Espíritu que fluyen; por la paz, todas las demás bendiciones
temporales y espirituales, fruto de lo anterior. No hay paz sin gracia. No hay paz ni gracia, sino de
Dios Padre y del Señor Jesucristo; y los mejores santos necesitan nuevas provisiones de la gracia
del Espíritu, y deseos de crecer.
Vv. 3—8. Las bendiciones celestiales y espirituales son las mejores bendiciones; con las cuales
no podemos ser miserables, y sin las cuales no podemos sino serlo. Esto viene de la elección de
ellos en Cristo, antes de la fundación del mundo, para que fuesen hechos santos por la separación
del pecado, siendo apartados para Dios y santificados por el Espíritu Santo, como consecuencia de
su elección en Cristo. Todos los escogidos para la felicidad como fin, son escogidos para santidad
como medio. Fueron predestinados o preordenados con amor para ser adoptados como hijos de Dios
por fe en Cristo Jesús, y ser abiertamente recibidos en los privilegios de la elevada relación con Él.
El creyente reconciliado y adoptado, el pecador perdonado, da toda la alabanza de su salvación a su
bondadoso Padre. Su amor estableció este método de redención, no escatimó a su propio Hijo, y
trajo a los creyentes a que oyeran y abrazaran esta salvación. Fue riqueza de su gracia proveer como
garantía a su propio Hijo, y entregarlo libremente. Este método de la gracia no estimula el mal;
muestra el pecado en toda su odiosidad, y cuánto merece la venganza. Las acciones del creyente, y
sus palabras, declaran las alabanzas de la misericordia divina.
Vv. 9—14. Las bendiciones fueron dadas a conocer a los creyentes cuando el Señor les muestra
el misterio de su soberana voluntad, y el método de redención y salvación. Pero esto debiera haber
estado por siempre oculto de nosotros, si Dios no las hubiera dado a conocer por su palabra escrita,
la predicación de su evangelio, y su Espíritu de verdad. —Cristo unió en su persona los dos bandos
en disputa, Dios y el hombre, y dio satisfacción por el mal que causó la separación. Obró por su
Espíritu las gracias de fe y amor por las cuales somos hechos uno con Dios, y unos con otros.
Dispensa todas sus bendiciones de acuerdo a su beneplácito. Su enseñanza divina condujo a los que
quiso, a que vieran la gloria de las verdades, mientras otros fueron dejados para blasfemar. —¡Qué
promesa de gracia es esta que asegura la dádiva del Espíritu Santo a quienes lo piden! La obra
santificadora y consoladora del Espíritu Santo sella a los creyentes como hijos de Dios y herederos
del cielo. Estas son las primicias de la santa dicha. Para esto fuimos hechos y para esto fuimos
redimidos; este es el gran designio de Dios en todo lo que ha hecho por nosotros; que todo sea
atribuido para la alabanza de su gloria.
Vv. 15—23. Dios ha puesto bendiciones espirituales en su Hijo el Señor Jesús; pero nos pide
que las busquemos y las obtengamos por la oración. Aun los mejores cristianos necesitan que se ore
por ellos; y mientras sepamos del bienestar de los amigos cristianos debemos orar por ellos. —
Hasta los creyentes verdaderos tienen gran necesidad de sabiduría celestial. ¿Acaso aun los mejores
de nosotros somos renuentes a uncirnos al yugo de Dios aunque no hay otro modo de hallar reposo
para el alma? ¿Acaso no nos alejamos de nuestra paz por un poco de placer? Si discutiéramos
menos y oráramos más con y por unos y otros, diariamente veríamos más y más cuál es la esperanza
de nuestra vocación, y las riquezas de la gloria divina en esta herencia. Deseable es sentir el fuerte
poder de la gracia divina que empieza y ejecuta la obra de la fe en nuestras almas. Pero cuesta
mucho llevar a un alma a creer plenamente en Cristo y aventurarse toda ella y su esperanza de vida
eterna en su justicia. Nada menos que el poder omnipotente obrará esto en nosotros. —Aquí se
significa que es Cristo el Salvador quien suple todas las necesidades de los que confían en Él, y les
da todas las bendiciones en la más rica abundancia. Siendo partícipes en Cristo mismo llegamos a
ser llenos con la plenitud de la gracia y la gloria en Él. Entonces, ¡cómo pueden olvidarse a sí
mismos esos que andan buscando la justicia fuera de Él! Esto nos enseña a ir a Cristo. Si
supiéramos a qué estamos llamados, qué podemos hallar en Él, con toda seguridad que iríamos y
seríamos parte de Él. Cuando sentimos nuestra debilidad y el poder de nuestros enemigos, es
cuando más notamos la grandeza de ese poder que efectúa la conversión del creyente y que está
dedicado a perfeccionar su salvación. Ciertamente esto nos constreñirá por amor para vivir para la
gloria de nuestro Redentor.



CAPÍTULO II
Versículos 1—10. Las riquezas de la gracia gratuita de Dios para con los hombres, son señaladas
por su deplorable estado natural, y el dichoso cambio que la gracia divina efectúa en ellos. 11
—13. Los efesios son llamados a reflexionar en su estado de paganismo. 14—22. Los
privilegios y las bendiciones del evangelio.
Vv. 1—10. El pecado es la muerte del alma. Un hombre muerto en delitos y pecados no siente
deseos por los placeres espirituales. Cuando miramos un cadáver, da una sensación espantosa. El
espíritu que nunca muere se ha ido, y nada ha dejado sino las ruinas de un hombre. Pero si viéramos
bien las cosas, deberíamos sentirnos mucho más afectados con el pensamiento de un alma muerta,
un espíritu perdido y caído. —El estado de pecado es el estado de conformidad con este mundo. Los
hombres impíos son esclavos de Satanás que es el autor de esa disposición carnal orgullosa que hay
en los hombres impíos; él reina en los corazones de los hombres. De la Escritura queda claro que si
los hombres han sido más dados a la iniquidad espiritual o sensual, todos los hombres, siendo
naturalmente hijos de desobediencia, son también por naturaleza hijos de ira. Entonces, ¡cuánta
razón tienen los pecadores para procurar fervorosamente la gracia que los hará hijos de Dios y
herederos de la gloria, habiendo sido hijos de ira! —El amor eterno o la buena voluntad de Dios
para con sus criaturas es la fuente de donde fluyen todas sus misericordias para nosotros; ese amor
de Dios es amor grande, y su misericordia es misericordia rica. Todo pecador convertido es un
pecador salvado; librado del pecado y de la ira. La gracia que salva es la bondad y el favor libre e
inmerecido de Dios; Él salva, no por las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús. —La gracia
en el alma es vida nueva en el alma. Un pecador regenerado llega a ser un ser viviente; vive una
vida de santidad, siendo nacido de Dios: vive, siendo librado de la culpa del pecado, por la gracia
que perdona y justifica. Los pecadores se revuelcan en el polvo; las almas santificadas se sientan en
los lugares celestiales, levantadas por sobre este mundo por la gracia de Cristo. —La bondad de
Dios al convertir y salvar pecadores aquí y ahora, estimula a los demás a esperar, en el futuro, en su
gracia y misericordia. Nuestra fe, nuestra conversión, y nuestra salvación eterna no son por las
obras, para que ningún hombre se jacte. Estas cosas no suceden por algo que nosotros hagamos, por
tanto, toda jactancia queda excluida. Todo es dádiva libre de Dios y efecto de ser vivificado por su
poder. Fue su propósito para lo cual nos preparó bendiciéndonos con el conocimiento de su
voluntad, y su Espíritu Santo produce tal cambio en nosotros que glorificaremos a Dios por nuestra
buena conversación y perseverancia en la santidad. Nadie puede abusar de esta doctrina apoyándose
en la Escritura, ni la acusa de ninguna tendencia al mal. Todos los que así hacen, no tienen excusa.
Vv. 11—13. Cristo y su pacto son el fundamento de todas las esperanzas del cristiano. —Aquí
hay una descripción triste y terrible pero ¿quién es capaz de quitarse de ello? ¿No desearíamos que
esto no fuera una descripción verdadera de muchos bautizados en el nombre de Cristo? ¿Quién
puede, sin temblar, reflexionar en la miseria de una persona separada por siempre del pueblo de
Dios, cortada del cuerpo de Cristo, caída del pacto de la promesa, sin tener esperanza ni Salvador y
sin ningún Dios sino un Dios de venganza por toda la eternidad? ¡No tener parte en Cristo! ¿Qué
cristiano verdadero puede oír esto sin horror? —La salvación está lejos del impío, pero Dios es una
ayuda a mano para su pueblo y esto es por los sufrimientos y la muerte de Cristo.
Vv. 14—18. Jesucristo hizo la paz por el sacrificio de sí mismo; en todo sentido Cristo era la
Paz de ellos, el autor, el centro y la sustancia de estar ellos en paz con Dios, y de su unión con los
creyentes judíos en una iglesia. A través de la persona, el sacrificio y la mediación de Cristo, se
permite a los pecadores acercarse a Dios Padre y son llevados con aceptación a su presencia, con su
adoración y su servicio, bajo la enseñanza del Espíritu Santo, como uno con el Padre y el Hijo.
Cristo compró el permiso para que nosotros vayamos a Dios; y el Espíritu da el corazón para ir, y la
fuerza para ir y, luego, la gracia para servir aceptablemente a Dios.
Vv. 19—22. La iglesia se compara con una ciudad, y todo pecador convertido está libre de eso.



También es comparada con una casa, y todo pecador convertido es uno de la familia; un siervo y un
hijo en la casa de Dios. —También se compara la Iglesia con un edificio fundado en la doctrina de
Cristo, entregada por los profetas del Antiguo Testamento, y los apóstoles del Nuevo Testamento.
Dios habita ahora en todos los creyentes; ellos llegan a ser el templo de Dios por la obra del bendito
Espíritu. Entonces, preguntémonos si nuestras esperanzas están fijadas en Cristo conforme a la
doctrina de su palabra. ¿Nos consagramos a Dios como templos santos por medio de Él? ¿Somos
morada de Dios en el Espíritu, estamos orientados espiritualmente y llevamos los frutos del
Espíritu? Cuidémonos de no contristar al santo Consolador. Deseemos su graciosa presencia y sus
influencias en nuestros corazones. Procuremos cumplir los deberes asignados a nosotros para la
gloria de Dios.

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